Dejo este post por aqui, hasta que encontremos un lugar donde dejarlo.
?Primer encuentro de escritura?
Asociación La Aventura de Escribir. Nerja 2005
Marihuana: El gran engaño
La triste historia de esa planta que llamamos cáñamo o marihuana puede ser ejemplo tanto de engaño como de ingenuidad humana. Llevaría horas resumir los usos que las diferentes sociedades humanas han dado al cáñamo desde hace no siglos, sino milenios. Asombra comprobar que ha sido uno de los vegetales más extendidos y utilizados: para uso textil, pocos jóvenes saben que los primeros pantalones vaqueros estaban confeccionados con cáñamo, mucho más resistente que los actuales de algodón; sogas y cuerdas de todo tipo, velas de barcos, cestos, etc. etc. También tuvo usos medicinales, reflejados en innumerables textos a lo largo de los siglos. Los recientes descubrimientos acerca de sus efectos beneficiosos para pacientes sometidos a quimioterapia no son más que una de las tantas utilidades que el ser humano le ha encontrado a esta planta. Su uso lúdico como droga, utilizado para producir una especie de borrachera leve, no ha sido, desde luego, el principal, aunque se le dio especial importancia en algunas culturas para actos sacramentales como medio de comunicación con sus dioses, de forma muy parecida a como nosotros usamos otra droga, el vino, en la misa. ¿Qué ocurrió, entonces el siglo pasado para que esta planta tan aparentemente útil fuera prohibida de repente en Estados Unidos y luego en el resto del mundo?
Es aquí donde nos encontramos con un ejemplo típico de candidez de las sociedades humanas, de manipulación y de, también hay que decirlo, lucrativo negocio al estilo americano.
En los años treinta el papel se obtenía industrialmente de dos fuentes: del cáñamo, que daba lugar a un papel de excelente calidad, sumamente ecológico y que tenía como único inconveniente que requería mucha mano de obra para el cuidado de la planta, y de la madera, sistema que aún se sigue utilizando hoy en día y que, como todos sabemos, además de provocar una grave deforestación, da lugar a una de las industrias más contaminantes. Los años treinta, como prácticamente todo el siglo pasado, fue una época de inventos en todas las áreas, y entre las innumerables máquinas que se crearon y que hicieron menos duras las labores agrícolas se encontraba el descortezador mecánico. Con este aparato la obtención de papel a partir del cáñamo pasaba a ser no solo el sistema más ecológico, sino también el más rentable.
¿Por qué entonces en esa misma época se prohibió el cáñamo en vez de aumentar su producción?
Llegados a este punto entran en escena tres personajes: el primero es William Randolph Hearst, el hombre más rico del mundo en su época. Hearst era propietario de una importante cadena de periódicos en Estados Unidos y como sus empresas consumían grandes cantidades de papel, pensó que podría reducir costes si él mismo compraba los aserraderos y demás empresas relacionadas con la producción de papel, y así lo hizo, invirtiendo en ello enormes sumas de dinero. Pero en 1935, con el invento del descortezador mecánico antes mencionado, mientras miles de familias de agricultores soñaban con un futuro mejor, Hearst se preocupaba por los aserraderos y fábricas procesadoras de pasta de papel que había comprado, condenadas a una ruina inminente. Pero lejos de resignarse y admitir que seguiría siendo multimillonario pero vería su fortuna reducida en parte, decidió que tenía que haber alguna forma de vencer a su nuevo enemigo, esa planta que daba papel de mejor calidad, más barato y sin apenas usar productos químicos en su elaboración. Y utilizó para ello su mejor arma: la manipulación informativa a través de los periódicos de su propiedad. Inició una campaña en la que presentaba al cáñamo, la marihuana, como el origen de todos los males: delitos, violencia, etc. Hearst nunca incluyó en los artículos de sus periódicos ni un sólo informe médico o científico de los cientos que entonces ya existían porque todos ellos decían claramente que no se trataba de una planta peligrosa y que tenía, en cambio muchas cualidades positivas, tanto medicinales como de uso industrial. A pesar de ello, millones de americanos le creyeron y empezaron a ver un enemigo en una de las plantas más útiles al ser humano y que era también, entre decenas de usos, fumada por quien le apeteciera, como lo habían hecho, entre otros muchos, los serios y respetables presidentes George Washington o Tomas Jefferson, ambos conocidos y declarados cultivadores y consumidores de marihuana .
Pero no era suficiente tener a la opinión pública de su lado para conseguir prohibir un cultivo tan beneficioso, Hearst necesitaba algún cómplice poderoso, y aquí entra en escena el segundo personaje: la empresa petroquímica Dupont, que ya entonces contaba con plantas de producción distribuidas por toda América. Esta empresa también tenía sus razones para combatir a esa planta que se empeñaba en seguir siendo tan incómodamente útil: por una parte Dupont tenía la patente del ácido sulfúrico, muy contaminante pero utilizado en grandes cantidades en el procesamiento de la pasta de papel obtenida de la madera, con lo que Hearst era uno de sus mejores clientes. Por otra parte, Dupont acababa de desarrollar dos fibras artificiales, el rayón y el nylon, que encontraban en el cáñamo a un ecológico e incómodo competidor. Los intereses de las empresas de Hearst y las de Dupont coincidían plenamente. Dupont tenía contactos en las altas esferas de la política y las finanzas americanas, entre ellos Andrew Mellon, que era presidente del Mellon Bank, el principal proveedor de recursos financieros de Dupont. La sobrina de Mellon estaba casada con nuestro tercer personaje, Harry Anslinger, comisionado del Departamento Federal de Narcóticos, un individuo que ha pasado a la historia vinculado a varios asuntos turbios que no vienen al caso. Este fue el político ruidoso y tenaz que defendería los intereses de Hearst y Dupont, enarbolando la bandera de la moral, el patriotismo y las buenas costumbres. Dio en el congreso encendidos discursos contra el cáñamo, pero nunca pudo presentar una prueba o un sólo estudio científico que apoyara su tesis. Repitió una y otra vez que era una droga terrible que provocaba agresividad y que debía ser prohibida. Cuando le presentaron informes médicos que decían que era imposible que tal planta provocara agresividad, sino justamente lo contrario, dijo entonces era una planta antipatriótica, pues no permitiría tener buenos soldados. En fin . . .
Asociación La Aventura de Escribir. Nerja 2005
Marihuana: El gran engaño
Fº A. Vidal - 2005
Una de las características de nuestra especie es que sus individuos somos fácilmente manipulables, ingenuos e incautos. Si bien es cierto que en muchas ocasiones actuamos con excesivas precauciones en el trato con nuestros semejantes, somos muy confiados con otros asuntos que afectan, a veces de forma que no alcanzamos ni a sospechar, a nuestra existencia. Hay libertades que no pueden ser otorgadas o conquistadas a medias, y el derecho al propio cuerpo forma parte del derecho mismo a la existencia. Haga cada cual lo que quiera con su cuerpo mientras no dañe o perjudique a los demás. Personalmente siempre preferiré un jerez o un té verde a un porro, pero sobre gustos no hay nada escrito, aunque siempre habrá quien necesite imponer su verdad. Creerse en posesión de la verdad, la gran prueba de estupidez humana. La triste historia de esa planta que llamamos cáñamo o marihuana puede ser ejemplo tanto de engaño como de ingenuidad humana. Llevaría horas resumir los usos que las diferentes sociedades humanas han dado al cáñamo desde hace no siglos, sino milenios. Asombra comprobar que ha sido uno de los vegetales más extendidos y utilizados: para uso textil, pocos jóvenes saben que los primeros pantalones vaqueros estaban confeccionados con cáñamo, mucho más resistente que los actuales de algodón; sogas y cuerdas de todo tipo, velas de barcos, cestos, etc. etc. También tuvo usos medicinales, reflejados en innumerables textos a lo largo de los siglos. Los recientes descubrimientos acerca de sus efectos beneficiosos para pacientes sometidos a quimioterapia no son más que una de las tantas utilidades que el ser humano le ha encontrado a esta planta. Su uso lúdico como droga, utilizado para producir una especie de borrachera leve, no ha sido, desde luego, el principal, aunque se le dio especial importancia en algunas culturas para actos sacramentales como medio de comunicación con sus dioses, de forma muy parecida a como nosotros usamos otra droga, el vino, en la misa. ¿Qué ocurrió, entonces el siglo pasado para que esta planta tan aparentemente útil fuera prohibida de repente en Estados Unidos y luego en el resto del mundo?
Es aquí donde nos encontramos con un ejemplo típico de candidez de las sociedades humanas, de manipulación y de, también hay que decirlo, lucrativo negocio al estilo americano.
En los años treinta el papel se obtenía industrialmente de dos fuentes: del cáñamo, que daba lugar a un papel de excelente calidad, sumamente ecológico y que tenía como único inconveniente que requería mucha mano de obra para el cuidado de la planta, y de la madera, sistema que aún se sigue utilizando hoy en día y que, como todos sabemos, además de provocar una grave deforestación, da lugar a una de las industrias más contaminantes. Los años treinta, como prácticamente todo el siglo pasado, fue una época de inventos en todas las áreas, y entre las innumerables máquinas que se crearon y que hicieron menos duras las labores agrícolas se encontraba el descortezador mecánico. Con este aparato la obtención de papel a partir del cáñamo pasaba a ser no solo el sistema más ecológico, sino también el más rentable.
¿Por qué entonces en esa misma época se prohibió el cáñamo en vez de aumentar su producción?
Llegados a este punto entran en escena tres personajes: el primero es William Randolph Hearst, el hombre más rico del mundo en su época. Hearst era propietario de una importante cadena de periódicos en Estados Unidos y como sus empresas consumían grandes cantidades de papel, pensó que podría reducir costes si él mismo compraba los aserraderos y demás empresas relacionadas con la producción de papel, y así lo hizo, invirtiendo en ello enormes sumas de dinero. Pero en 1935, con el invento del descortezador mecánico antes mencionado, mientras miles de familias de agricultores soñaban con un futuro mejor, Hearst se preocupaba por los aserraderos y fábricas procesadoras de pasta de papel que había comprado, condenadas a una ruina inminente. Pero lejos de resignarse y admitir que seguiría siendo multimillonario pero vería su fortuna reducida en parte, decidió que tenía que haber alguna forma de vencer a su nuevo enemigo, esa planta que daba papel de mejor calidad, más barato y sin apenas usar productos químicos en su elaboración. Y utilizó para ello su mejor arma: la manipulación informativa a través de los periódicos de su propiedad. Inició una campaña en la que presentaba al cáñamo, la marihuana, como el origen de todos los males: delitos, violencia, etc. Hearst nunca incluyó en los artículos de sus periódicos ni un sólo informe médico o científico de los cientos que entonces ya existían porque todos ellos decían claramente que no se trataba de una planta peligrosa y que tenía, en cambio muchas cualidades positivas, tanto medicinales como de uso industrial. A pesar de ello, millones de americanos le creyeron y empezaron a ver un enemigo en una de las plantas más útiles al ser humano y que era también, entre decenas de usos, fumada por quien le apeteciera, como lo habían hecho, entre otros muchos, los serios y respetables presidentes George Washington o Tomas Jefferson, ambos conocidos y declarados cultivadores y consumidores de marihuana .
Pero no era suficiente tener a la opinión pública de su lado para conseguir prohibir un cultivo tan beneficioso, Hearst necesitaba algún cómplice poderoso, y aquí entra en escena el segundo personaje: la empresa petroquímica Dupont, que ya entonces contaba con plantas de producción distribuidas por toda América. Esta empresa también tenía sus razones para combatir a esa planta que se empeñaba en seguir siendo tan incómodamente útil: por una parte Dupont tenía la patente del ácido sulfúrico, muy contaminante pero utilizado en grandes cantidades en el procesamiento de la pasta de papel obtenida de la madera, con lo que Hearst era uno de sus mejores clientes. Por otra parte, Dupont acababa de desarrollar dos fibras artificiales, el rayón y el nylon, que encontraban en el cáñamo a un ecológico e incómodo competidor. Los intereses de las empresas de Hearst y las de Dupont coincidían plenamente. Dupont tenía contactos en las altas esferas de la política y las finanzas americanas, entre ellos Andrew Mellon, que era presidente del Mellon Bank, el principal proveedor de recursos financieros de Dupont. La sobrina de Mellon estaba casada con nuestro tercer personaje, Harry Anslinger, comisionado del Departamento Federal de Narcóticos, un individuo que ha pasado a la historia vinculado a varios asuntos turbios que no vienen al caso. Este fue el político ruidoso y tenaz que defendería los intereses de Hearst y Dupont, enarbolando la bandera de la moral, el patriotismo y las buenas costumbres. Dio en el congreso encendidos discursos contra el cáñamo, pero nunca pudo presentar una prueba o un sólo estudio científico que apoyara su tesis. Repitió una y otra vez que era una droga terrible que provocaba agresividad y que debía ser prohibida. Cuando le presentaron informes médicos que decían que era imposible que tal planta provocara agresividad, sino justamente lo contrario, dijo entonces era una planta antipatriótica, pues no permitiría tener buenos soldados. En fin . . .
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