HISTORIA DEL DESCUBRIMIENTO DE LOS HONGOS ALUCINÓGENOS DE MEXICO
Roger Heim
El culto antiguo
Los relatos de los primeros viajeros españoles y las reliquias precortesianas, frescos, estatuillas y alfarería, indudablemente anteriores a la era cristiana, nos revelan que el culto de los hongos sagrados de Méjico se remonta a un pasado lejano. Ya a partir del siglo XVI, algunos frailes españoles nos facilitan los primeros indicios, aunque en extremo fragmentarios, sobre el uso que las tribus de los indios de Méjico meridional hacían de hongos, a cuyos singulares efectos recurrían los agoreros en el curso de ceremonias rituales. Fray Bernardino de Sahagún, Francisco Hernández, y Jacinto de la Serna hicieron constar el efecto narcótico y embriagador que producía la ingestión del teonanacatl, "carne de Dios", y las extrañas alucinaciones, los sueños multicolores, acompañados a veces de visiones demoníacas, de accesos de hilaridad, de excitación erótica, o por el contrario, las fases de sopor, incluso de bienestar que producía la ingestión de estos agáricos, en fin, el partido que sacaban de dicho estado, durante los ágapes celebrados en la vida comunitaria, los sanadores o curanderos, preparados entonces para revelar el porvenir a los comensales y a las víctimas que acudían para consultarle el lugar donde se encontraban escondidos objetos desaparecidos o las esposas robadas.
Entre los datos que nos ha dejado la antigua literatura, son especialmente valiosos a este respecto, los que Diego Durán nos ha transmitido en su historia "De los Indios de Nueva España". Se refieren a las ceremonias que acompañaron y siguieron a la consagración de Moctezuma II. Recordemos la traducción de párrafos muy instructivos a tal respecto.
"...Se dio a comer a los forasteros hongos silvestres, con el fin de que pudieran embriagarse; después de lo cual les indujeron a la danza. Terminado el sacrificio, con los peldaños del templo y el patio bañados en sangre humana, se dirigieron todos a comer hongos crudos, alimento que les hacía perder la razón y les dejaba a todos en peor estado que si "hubieran bebido mucho vino". Se encontraban embriagados y privados de la razón, hasta tal punto "que se suicidaban" y gracias al poder de esos hongos, tenían visiones y se les revelaba el porvenir. El Diablo les animaba mientras se encontraban en estado de embriaguez."
Sahagún, el célebre historiador de Méjico, ha consagrado varios párrafos en su obra fundamental,(1) a comparar las propiedades de los teonanacatls utilizados por los aztecas, a los efectos del cacto denominado peyote, descubierto probablemente los otomí, y que hoy día aún sigue utilizándose al norte del valle de Méjico y hasta en el sur de los Estados Unidos, planta que los botánicos denominan Lophophora WiIliamsii, y del que ha sido aislado el alcaloide tan conocido en la actualidad, la mezcalina, de sorprendentes efectos alucinantes. "Los Chichimecas -nos dice Sahagún- preferían el peyote al vino o a los hongos." Esta afirmación nos demuestra la importancia adquirida por entonces, del uso de estos últimos en la vida de los aztecas. "Se reunían en una llanura, cantaban, bailaban durante toda la noche y todo el día. Y, al día siguiente, lloraban copiosamente, limpiándose los ojos de lágrimas." El mismo autor añadía que esos hongos crecen bajo la hierba en los campos y los pantanos, y se utilizan contra las fiebres y la gota. Quienes los comen tienen visiones y sienten palpitaciones del corazón, y esas visiones a veces son aterradoras y otras ridículas. Los hongos excitan los deseos sexuales.
De estos relatos y de muchos otros se llega a la comprobación de que, en la época precolombina, se consumían en público los hongos sagrados, que dichas costumbres se encontraban en extremo difundidas y que se practicaban en ceremonias públicas y no en lugares ocultos, como lo fue después de que los frailes españoles persiguieran aquellas prácticas profanas. Esa costumbre se practicaba desde hacía largo tiempo de una manera especial en las regiones zapoteca, nahuatí y otomí, pero conocemos, a la luz de recientes investigaciones, que deben incorporarse a dicha lista las regiones mazateca, chinanteca, chatino, mixe, mixteca, totonaca y, probablemente la huasteca y tarasca, al igual que nuestras propias observaciones nos han demostrado que esos hongos sólo pueden consumirse frescos crudos o secos, pero que jamás deben cocerse ni introducirse en agua hirviendo. Estas precauciones están justificadas por la naturaleza de los cuerpos químicos que los integran, solubles en el agua.
Las pruebas arqueológicas
Precisamente son estas indicaciones fragmentarias anteriores las que en 1953 facilitaron la pista fecunda de la etnomicología meso americana a nuestros amigos R. Gordon y Valentina P. Wasson, con los cuales nos asociamos para llevar a cabo investigaciones comunes. G. Wasson se dedicó de manera especial a la búsqueda de las propias fuentes de los conocimientos antiguos, tales como los que las obras poscortesianas le aportaban, y al descubrimiento de las pruebas arqueológicas. Los frescos de Teotihuacán, en el alto valle de Méjico, le revelaron, en el célebre lugar de Tepantitla, figuraciones murales propias del culto a Tlaloc, divinidad del rayo y de las aguas, donde los sombreretes de los hongos se sucedían, esquematizados hasta una simplificación. extrema de dos círculos concéntricos, y que alternaban con conchas y pechinas a lo largo de un arroyo.
Esta proximidad pictórica con el agua y el hecho de que a los hongos sagrados se los relacione con el Dios de las Lluvias al ser llamados "pequeños hijos de las aguas" apipiltzin los descendientes directos y actuales de los aztecas, corresponden a su localización geográfica y climática. Efectivamente, se trata en su mayor parte de especies de pradera higrófilas, incluso acuáticas (el psilociba Zapotecorum se desarrolla en el agua), creciendo en las fronteras entre las tierras cálidas y las frías, hacia unos 900-1.800 m. de altitud, en zonas intensamente mojadas por las precipitaciones atmosféricas. Igualmente Wasson ha encontrado, correspondiente al periodo de Teotihuacan III, sobre un fresco de Teopancalco, que evoca los ritos de la embriaguez, una sugestiva alternación de pechinas y hongos. Pero los que aportan a estas investigaciones las más sugerentes pruebas, son los hongos en piedra de Guatemala y de los Chiapas, y la alfarería pintada de la región de Veracruz. Hace medio siglo el Dr. C. Sapper fue el primero en llamar la atención sobre los curiosos objetos arqueológicos encontrados especialmente en Guatemala, especie de ídolos en forma de hongos, en los cuales se creyó ver, en un principio, representaciones fálicas. El Dr. St. E. Borhegyi ha estudiado esas estatuillas de piedra y ha publicado una monografía, recientemente completada con sus observaciones sobre los objetos de alfarería y la "micro-alfarería" pintada del sur y el este de Méjico. Los Wasson sugieren que dichas esculturas pueden constituir la expresión palpable de la fase de un culto entre los mayas de las montañas, desaparecido mucho antes de la llegada de los españoles. Esta explicación que nos parece plenamente convincente, podría estar ligada con el propio origen de ceremonias anteriores, de las que Sahagún nos ha transmitido el eco. R. G. Y Y. P. Wasson, en el capítulo que dedican a esas ornamentaciones precolombinas en su primera obra de conjunto sobre los problemas de etnomicología, han tratado ampliamente esta n~ tabla interpretación. Posteriormente, el Dr. St. F. Borhegyi, con quien los Wasson recorrieron Guatemala en 1953, ha atribuido estos hongos de piedra más antiguos al siglo x e incluso al XIII a. de J.C., los más recientes al 800 y 900 d. de J.C.
Roger Heim
El culto antiguo
Los relatos de los primeros viajeros españoles y las reliquias precortesianas, frescos, estatuillas y alfarería, indudablemente anteriores a la era cristiana, nos revelan que el culto de los hongos sagrados de Méjico se remonta a un pasado lejano. Ya a partir del siglo XVI, algunos frailes españoles nos facilitan los primeros indicios, aunque en extremo fragmentarios, sobre el uso que las tribus de los indios de Méjico meridional hacían de hongos, a cuyos singulares efectos recurrían los agoreros en el curso de ceremonias rituales. Fray Bernardino de Sahagún, Francisco Hernández, y Jacinto de la Serna hicieron constar el efecto narcótico y embriagador que producía la ingestión del teonanacatl, "carne de Dios", y las extrañas alucinaciones, los sueños multicolores, acompañados a veces de visiones demoníacas, de accesos de hilaridad, de excitación erótica, o por el contrario, las fases de sopor, incluso de bienestar que producía la ingestión de estos agáricos, en fin, el partido que sacaban de dicho estado, durante los ágapes celebrados en la vida comunitaria, los sanadores o curanderos, preparados entonces para revelar el porvenir a los comensales y a las víctimas que acudían para consultarle el lugar donde se encontraban escondidos objetos desaparecidos o las esposas robadas.
Entre los datos que nos ha dejado la antigua literatura, son especialmente valiosos a este respecto, los que Diego Durán nos ha transmitido en su historia "De los Indios de Nueva España". Se refieren a las ceremonias que acompañaron y siguieron a la consagración de Moctezuma II. Recordemos la traducción de párrafos muy instructivos a tal respecto.
"...Se dio a comer a los forasteros hongos silvestres, con el fin de que pudieran embriagarse; después de lo cual les indujeron a la danza. Terminado el sacrificio, con los peldaños del templo y el patio bañados en sangre humana, se dirigieron todos a comer hongos crudos, alimento que les hacía perder la razón y les dejaba a todos en peor estado que si "hubieran bebido mucho vino". Se encontraban embriagados y privados de la razón, hasta tal punto "que se suicidaban" y gracias al poder de esos hongos, tenían visiones y se les revelaba el porvenir. El Diablo les animaba mientras se encontraban en estado de embriaguez."
Sahagún, el célebre historiador de Méjico, ha consagrado varios párrafos en su obra fundamental,(1) a comparar las propiedades de los teonanacatls utilizados por los aztecas, a los efectos del cacto denominado peyote, descubierto probablemente los otomí, y que hoy día aún sigue utilizándose al norte del valle de Méjico y hasta en el sur de los Estados Unidos, planta que los botánicos denominan Lophophora WiIliamsii, y del que ha sido aislado el alcaloide tan conocido en la actualidad, la mezcalina, de sorprendentes efectos alucinantes. "Los Chichimecas -nos dice Sahagún- preferían el peyote al vino o a los hongos." Esta afirmación nos demuestra la importancia adquirida por entonces, del uso de estos últimos en la vida de los aztecas. "Se reunían en una llanura, cantaban, bailaban durante toda la noche y todo el día. Y, al día siguiente, lloraban copiosamente, limpiándose los ojos de lágrimas." El mismo autor añadía que esos hongos crecen bajo la hierba en los campos y los pantanos, y se utilizan contra las fiebres y la gota. Quienes los comen tienen visiones y sienten palpitaciones del corazón, y esas visiones a veces son aterradoras y otras ridículas. Los hongos excitan los deseos sexuales.
De estos relatos y de muchos otros se llega a la comprobación de que, en la época precolombina, se consumían en público los hongos sagrados, que dichas costumbres se encontraban en extremo difundidas y que se practicaban en ceremonias públicas y no en lugares ocultos, como lo fue después de que los frailes españoles persiguieran aquellas prácticas profanas. Esa costumbre se practicaba desde hacía largo tiempo de una manera especial en las regiones zapoteca, nahuatí y otomí, pero conocemos, a la luz de recientes investigaciones, que deben incorporarse a dicha lista las regiones mazateca, chinanteca, chatino, mixe, mixteca, totonaca y, probablemente la huasteca y tarasca, al igual que nuestras propias observaciones nos han demostrado que esos hongos sólo pueden consumirse frescos crudos o secos, pero que jamás deben cocerse ni introducirse en agua hirviendo. Estas precauciones están justificadas por la naturaleza de los cuerpos químicos que los integran, solubles en el agua.
Las pruebas arqueológicas
Precisamente son estas indicaciones fragmentarias anteriores las que en 1953 facilitaron la pista fecunda de la etnomicología meso americana a nuestros amigos R. Gordon y Valentina P. Wasson, con los cuales nos asociamos para llevar a cabo investigaciones comunes. G. Wasson se dedicó de manera especial a la búsqueda de las propias fuentes de los conocimientos antiguos, tales como los que las obras poscortesianas le aportaban, y al descubrimiento de las pruebas arqueológicas. Los frescos de Teotihuacán, en el alto valle de Méjico, le revelaron, en el célebre lugar de Tepantitla, figuraciones murales propias del culto a Tlaloc, divinidad del rayo y de las aguas, donde los sombreretes de los hongos se sucedían, esquematizados hasta una simplificación. extrema de dos círculos concéntricos, y que alternaban con conchas y pechinas a lo largo de un arroyo.
Esta proximidad pictórica con el agua y el hecho de que a los hongos sagrados se los relacione con el Dios de las Lluvias al ser llamados "pequeños hijos de las aguas" apipiltzin los descendientes directos y actuales de los aztecas, corresponden a su localización geográfica y climática. Efectivamente, se trata en su mayor parte de especies de pradera higrófilas, incluso acuáticas (el psilociba Zapotecorum se desarrolla en el agua), creciendo en las fronteras entre las tierras cálidas y las frías, hacia unos 900-1.800 m. de altitud, en zonas intensamente mojadas por las precipitaciones atmosféricas. Igualmente Wasson ha encontrado, correspondiente al periodo de Teotihuacan III, sobre un fresco de Teopancalco, que evoca los ritos de la embriaguez, una sugestiva alternación de pechinas y hongos. Pero los que aportan a estas investigaciones las más sugerentes pruebas, son los hongos en piedra de Guatemala y de los Chiapas, y la alfarería pintada de la región de Veracruz. Hace medio siglo el Dr. C. Sapper fue el primero en llamar la atención sobre los curiosos objetos arqueológicos encontrados especialmente en Guatemala, especie de ídolos en forma de hongos, en los cuales se creyó ver, en un principio, representaciones fálicas. El Dr. St. E. Borhegyi ha estudiado esas estatuillas de piedra y ha publicado una monografía, recientemente completada con sus observaciones sobre los objetos de alfarería y la "micro-alfarería" pintada del sur y el este de Méjico. Los Wasson sugieren que dichas esculturas pueden constituir la expresión palpable de la fase de un culto entre los mayas de las montañas, desaparecido mucho antes de la llegada de los españoles. Esta explicación que nos parece plenamente convincente, podría estar ligada con el propio origen de ceremonias anteriores, de las que Sahagún nos ha transmitido el eco. R. G. Y Y. P. Wasson, en el capítulo que dedican a esas ornamentaciones precolombinas en su primera obra de conjunto sobre los problemas de etnomicología, han tratado ampliamente esta n~ tabla interpretación. Posteriormente, el Dr. St. F. Borhegyi, con quien los Wasson recorrieron Guatemala en 1953, ha atribuido estos hongos de piedra más antiguos al siglo x e incluso al XIII a. de J.C., los más recientes al 800 y 900 d. de J.C.
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