Si el Instituto de Regulación y Control del Cannabis ya tuviera una sede física, habría cientos de personas golpeando sus puertas o saturando sus líneas telefónicas. Hay un aluvión de fumadores que se volvieron activistas, cultivadores que ahora no se esconden, productores rurales aprendiendo los pormenores de la plantación de marihuana, inversores extranjeros averiguando cómo instalarse en Uruguay.
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Aparecen cientos de interesados en participar del negocio de la marihuana
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