Un estudio muestra cómo los posibles usos científicos y terapéuticos de varios psicoactivos han sido abortados por el marco legal. Los investigadores piden que sea la ciencia y no la política la que determine su eficacia.
Pastillas psicotrópicas | Foto: Archivo
Esmateria | Madrid | Actualizado el 12/06/2013 a las 11:10 horas
A los científicos les resulta mucho más dificil investigar sobre el cannabis, el LSD o el éxtasis que con la heroína. Las prohibiciones sobre algunas drogas psicoactivas con el argumento de proteger la salud pública está impidiendo la investigación sobre sus posbiles efectos beneficiosos y terapéuticos. Según expertos en neurofarmacología, algunos campos, como el estudio de la consciencia han retrocedido 50 años.
Dos expertos británicos y uno estadounidense han analizado la historia reciente de la investigación con cuatro grandes tipos de drogas psicoactivas, el cannabis, el MDMA (éxtasis) y sus asimilados, la dietilamida de ácido lisérgico (LSD) y la psilocibina (presente en determinados hongos). Aunque todas presentan grandes posibilidades en el campo de la neurociencia o para el desarrollo de nuevas medicinas, el control legal sobre ellas ha abortado la investigación.
?Sostenemos que los enfoques que han colocado la penalización de la posesión ilegal de drogas en un primer plano en los marcos regulatorios ha limitado severamente, y sigue haciéndolo, la investigación en neurociencia y el descubrimiento de nuevos tratamientos para los desórdenes neuronales?, mantiene los autores del estudio, publicado en Nature Reviews Neuroscience. Para ellos, las limitaciones impuestas al estudio de estas drogas tienen una base más política que científica.
Hasta que la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes de la ONU no abrió el frente internacional de la guerra contra las drogas, la investigación con todo tipo de drogas era relativamente sencilla. Entre 1950 y mediados de los 60, hubo unos 1.000 estudios clínicos con 40.000 pacientes, decenas de publicaciones científicas y hasta seis congresos internacionales sobre la psicoterapia con LSD. En el caso del cannabis, su uso en la medicina se remonta 3.000 años atrás y hasta el médico personal de la Reina Victoria de Inglaterra se lo prescribió. Con el MDMA, sintetizado a comienzos del siglo XX, su terapéutico no comenzó hasta la década del 70. Entonces no se lo conocía como éxtasis, sino como empatía, por su capacidad para facilitar la comunicación interpersonal.
Todo estos principios prometedores fueron abortados por la inclusión de estas drogas en las listas prohibidas antes del propio desarrollo de la moderna neurociencia. Los investigadores señalan que otros psicoactivos, en especial, los opiáceos y algunas anfetaminas, ya estaban siendo usados de forma generalizada en medicina antes de que comenzara la era de las prohibiciones. Eso les hizo ganar cierta inmunidad. En el Reino Unido, la heroína está incluída en la Lista II, lo que permite a los hospitales británicos tener pequeñas cantidades del opiáceo para investigación. Esta mayor facilidad de acceso ha permitido el desarrollo de versiones sintéticas para uso terapéutico, pero también conocer mejor sus mecanismos adictivos y, así, desarrollar sustancias como la buprenorfina para combatir la adicción.
Sin embargo, la investigación con los psicoactivos incluidos en la Lista I es muy complicada, aunque no imposible. En Estados Unidos, la DEA, agencia que lucha contra los narcóticos, es la que concede las escasas autorizaciones para realizar estudios. Durante su desarrollo, sus agentes deben tener acceso continuo al laboratorio. En Canadá, la Asociación Multidisciplinar para los Estudios Psicodélicos necesitó cuatro años para conseguir la autorización para importar una pequeña cantidad de MDMA desde Suiza para analizar su us en el tratamiento del trastorno de estrés postraumático.
Otro de los grandes problemas para los neurocientíficos es conseguir financiación. Vedado el dinero público, son pocas las fundaciones u organizaciones que ponen dinero para investigar por el estigma que acompaña a estas drogas. En parte por este motivo, cuando se consigue una autorización y el dinero, los investigadores se encuentran con un mercado tan exiguo como caro. Un sólo gramo de psilobicina puede costar 10.000 euros, lo que hace inasumible pasar de la fase preclínica del laboratorio a su experimentación con humanos.
?Esta obstaculización de la investigación y las terapias está motivada por razones políticas, no científicas?, dice el profesor del Centro de Neuropsicofarmacología del Imperial College de Londres y coautor del trabajo, David Nutt. Los casos del LSD y el MDMA son los más significativos. El primero fue ilegalizado en Estados Unidos en los años 60, cuando el Gobierno temía que el rechazo a la Guerra de Vietnam prendiera entre sus jóvenes. En el segundo, la mala prensa lo arrinconó hasta que fue incluido en la lista de sustancias prohibidas. A pesar de las primeras investigaciones señalaban sus posibles ventajas, un estudio en la revista Science lo señaló como un neurotóxico. Meses después la propia revista tuvo que publicar una rectificación porque los investigadores se habían equivocado de sustancia. ?Estamos ante uno de los mayores ejemplos de censura científica de los tiempos modernos?, sostiene Nutt.
Para los investigadores, el control sobre estos estupefacientes tiene que ser relajado. Sólo de esta manera se podrá investigar sobre sus daños y beneficios para la salud humana. En este anhelo cuentan con el apoyo de la Asociación Británica de Neurociencia y la Asociación Británica de Psicofarmacología e invitan a otras organizaciones académicas a unirse.
Pastillas psicotrópicas | Foto: Archivo
Esmateria | Madrid | Actualizado el 12/06/2013 a las 11:10 horas
A los científicos les resulta mucho más dificil investigar sobre el cannabis, el LSD o el éxtasis que con la heroína. Las prohibiciones sobre algunas drogas psicoactivas con el argumento de proteger la salud pública está impidiendo la investigación sobre sus posbiles efectos beneficiosos y terapéuticos. Según expertos en neurofarmacología, algunos campos, como el estudio de la consciencia han retrocedido 50 años.
Dos expertos británicos y uno estadounidense han analizado la historia reciente de la investigación con cuatro grandes tipos de drogas psicoactivas, el cannabis, el MDMA (éxtasis) y sus asimilados, la dietilamida de ácido lisérgico (LSD) y la psilocibina (presente en determinados hongos). Aunque todas presentan grandes posibilidades en el campo de la neurociencia o para el desarrollo de nuevas medicinas, el control legal sobre ellas ha abortado la investigación.
?Sostenemos que los enfoques que han colocado la penalización de la posesión ilegal de drogas en un primer plano en los marcos regulatorios ha limitado severamente, y sigue haciéndolo, la investigación en neurociencia y el descubrimiento de nuevos tratamientos para los desórdenes neuronales?, mantiene los autores del estudio, publicado en Nature Reviews Neuroscience. Para ellos, las limitaciones impuestas al estudio de estas drogas tienen una base más política que científica.
Hasta que la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes de la ONU no abrió el frente internacional de la guerra contra las drogas, la investigación con todo tipo de drogas era relativamente sencilla. Entre 1950 y mediados de los 60, hubo unos 1.000 estudios clínicos con 40.000 pacientes, decenas de publicaciones científicas y hasta seis congresos internacionales sobre la psicoterapia con LSD. En el caso del cannabis, su uso en la medicina se remonta 3.000 años atrás y hasta el médico personal de la Reina Victoria de Inglaterra se lo prescribió. Con el MDMA, sintetizado a comienzos del siglo XX, su terapéutico no comenzó hasta la década del 70. Entonces no se lo conocía como éxtasis, sino como empatía, por su capacidad para facilitar la comunicación interpersonal.
Todo estos principios prometedores fueron abortados por la inclusión de estas drogas en las listas prohibidas antes del propio desarrollo de la moderna neurociencia. Los investigadores señalan que otros psicoactivos, en especial, los opiáceos y algunas anfetaminas, ya estaban siendo usados de forma generalizada en medicina antes de que comenzara la era de las prohibiciones. Eso les hizo ganar cierta inmunidad. En el Reino Unido, la heroína está incluída en la Lista II, lo que permite a los hospitales británicos tener pequeñas cantidades del opiáceo para investigación. Esta mayor facilidad de acceso ha permitido el desarrollo de versiones sintéticas para uso terapéutico, pero también conocer mejor sus mecanismos adictivos y, así, desarrollar sustancias como la buprenorfina para combatir la adicción.
Sin embargo, la investigación con los psicoactivos incluidos en la Lista I es muy complicada, aunque no imposible. En Estados Unidos, la DEA, agencia que lucha contra los narcóticos, es la que concede las escasas autorizaciones para realizar estudios. Durante su desarrollo, sus agentes deben tener acceso continuo al laboratorio. En Canadá, la Asociación Multidisciplinar para los Estudios Psicodélicos necesitó cuatro años para conseguir la autorización para importar una pequeña cantidad de MDMA desde Suiza para analizar su us en el tratamiento del trastorno de estrés postraumático.
Otro de los grandes problemas para los neurocientíficos es conseguir financiación. Vedado el dinero público, son pocas las fundaciones u organizaciones que ponen dinero para investigar por el estigma que acompaña a estas drogas. En parte por este motivo, cuando se consigue una autorización y el dinero, los investigadores se encuentran con un mercado tan exiguo como caro. Un sólo gramo de psilobicina puede costar 10.000 euros, lo que hace inasumible pasar de la fase preclínica del laboratorio a su experimentación con humanos.
?Esta obstaculización de la investigación y las terapias está motivada por razones políticas, no científicas?, dice el profesor del Centro de Neuropsicofarmacología del Imperial College de Londres y coautor del trabajo, David Nutt. Los casos del LSD y el MDMA son los más significativos. El primero fue ilegalizado en Estados Unidos en los años 60, cuando el Gobierno temía que el rechazo a la Guerra de Vietnam prendiera entre sus jóvenes. En el segundo, la mala prensa lo arrinconó hasta que fue incluido en la lista de sustancias prohibidas. A pesar de las primeras investigaciones señalaban sus posibles ventajas, un estudio en la revista Science lo señaló como un neurotóxico. Meses después la propia revista tuvo que publicar una rectificación porque los investigadores se habían equivocado de sustancia. ?Estamos ante uno de los mayores ejemplos de censura científica de los tiempos modernos?, sostiene Nutt.
Para los investigadores, el control sobre estos estupefacientes tiene que ser relajado. Sólo de esta manera se podrá investigar sobre sus daños y beneficios para la salud humana. En este anhelo cuentan con el apoyo de la Asociación Británica de Neurociencia y la Asociación Británica de Psicofarmacología e invitan a otras organizaciones académicas a unirse.