Wenas os dejo con un tema k kolgue ya en otros rinkones, pero por si alguien no atenido oportunidad de dar con el y le gustan los viajes enteogenos este sera un relato k recordara, un saludo.......
Viaje a través de la ayahuasca
GABRIELA WIENER
La ayahuasca o "soga de los muertos" es la mítica sustancia psicoactiva perseguida por los beatniks que los indígenas amazónicos consideran una planta sagrada. Según los expertos, logra expandir la conciencia incluso más que los poderosos hongos o el peyote. Éste es el relato de un viaje real a la selva del Perú, y de otro simbólico hacia el misterio de lo existente.
Parecemos fardos funerarios extraídos de sus tumbas. Diez o doce personas sentadas en el suelo de la habitación, en círculo y a oscuras. Ocupando un lugar central está el curandero. Fuma un mapacho -el tabaco típico de la selva del Perú- y echa el humo sobre el borde de una botella repleta de un líquido viscoso. Primero bebe un trago y a continuación nos llama uno por uno. Tengo miedo. Los que han tomado ayahuasca dicen que el sabor es repugnante y los primeros efectos -dolor de estómago, náuseas, mareos, escalofríos-, difíciles de soportar. Todos agradecen a Dios y beben el contenido sin titubear. Soy la última. Me siento con los ojos cerrados, saboreando ese amargor indefinible que me va dejando sin saliva.
Días antes, el curandero me había pedido que hiciera una dieta preparatoria: debía abstenerme de carne de cerdo, grasas, picante, alcohol, otras drogas, pastillas y relaciones sexuales, todo lo cual, me dijo, neutralizaba la acción de la planta. Pero eso no fue lo peor: una noche antes de la sesión, me encontré vomitando junto a un grupo de desconocidos que, igual que yo, se vieron forzados a ingerir un brebaje amazónico y ocho litros de agua para expulsar los residuos que deja el mundo occidental en nuestro organismo. La "purga", como la llaman los curanderos, es el paso previo a la toma de ayahuasca y es casi tan importante en la regeneración del cuerpo y el espíritu como esta última. El brebaje que bebimos no era otra cosa que un extracto de tabaco, flores y otras plantas de efecto vomitivo. De cuando en cuando, y para mi absoluto escándalo, el maestro se acercaba a ver el contenido de nuestros baldes y diagnosticaba toda clase de padecimientos: desde estrés hasta cólicos renales. Al volver a casa, y a pesar de lo, digamos, tortuoso del asunto, uno se siente efectivamente limpio, como si de pronto se nos hubiera liberado de un gran peso cuya misma existencia desconocíamos.
Llegué temprano a una dirección en el distrito de La Molina. ¿Cómo era posible que en este barrio de clase alta, rodeado de muros y tranqueras, fuera a oficiarse un ritual para convocar las fuerzas invisibles de la naturaleza? Tenía que ser una estafa. Para terminar de destrozar mi idílica idea de chamán auténtico, mágico y desinteresado, he pagado el equivalente a unos 20 euros por algo que, según todos los testimonios, no tiene precio.
Pero estoy aquí y no hay marcha atrás. Sólo tengo una ligera molestia en el estómago y unas enormes ganas de irme de aquí en lugar de seguir participando de esta farsa. No veo nada todavía. El dolor de estómago aumenta. Algunos comienzan a vomitar. Dicen que tras el vómito surgen las visiones. Yo no veía nada todavía.
Primeras noticias
Había oído hablar de la ayahuasca en la universidad, siempre bajo un halo de misterio. Antes de probarla me tomaba en broma todo aquello. Una de mis mejores amigas de esa época bebía desde niña. Su madre es antropóloga y un curandero iba cada cierto tiempo a oficiar una sesión en su propia sala. Mi amiga solía llegar a, por ejemplo, nuestra clase sobre filosofía kantiana y contarme que la noche anterior se había convertido en leopardo, había volado sobre la Europa medieval o descubierto que hablaba chino mandarín. Yo solía pedirle que me invitase a participar como si le estuviera pidiendo algo tan simple como un porro. No puedo olvidar su frase: "Creo que todavía no estás preparada", como si se tratara de algo trascendente. Según ella, tomarla podía cambiarte la vida dramáticamente. No era una droga para escapistas sino para valientes. Al parecer no se tomaba sólo para ver serpientes y destellos de colores.
Luego supe que mucha gente la utilizaba para explorar su interioridad, para detectar a través de las visiones sus traumas y problemas, a manera de un psicoterapeuta vegetal. Al parecer, la ayahuasca provocaba un estado de expansión tal de la conciencia equivalente al autoanálisis. Era una forma de curar la mente y el alma, si es que es verdad que tienen cura. También hay personas que comenzaron a creer en Dios a partir de su experiencia con la planta. Una mujer me dijo que si la religión le había hablado de Dios, la ayahuasca se lo había presentado en persona. Un hombre aseguró tomar para arreglar asuntos pendientes con el alma de sus familiares muertos. Algunos vieron a remotos y desconocidos antepasados. Según varios testimonios, bebiéndola se pueden recorrer largas distancias y épocas diversas, cruzar el universo, el personal y el cósmico. Hay a quienes la ayahuasca les ha revelado su misión en este mundo y la cara de sus hijos antes de nacer, los que han descubierto que podían hablar en otro idioma, resolver fórmulas trigonométricas o cantar bien.
Todos tenían en común una revelación, todos habían escuchado una voz que respondía sus preguntas. ¿Qué revelaciones me esperaban a mí? ¿Había llegado el momento? ¿Estaba preparada? Al menos tenía muchas ganas de preguntarle un par de cosas a la ayahuasca. Por eso fui hasta la casa de La Molina. Pero en esa ocasión, la planta y yo no conectaríamos. A excepción de unas lucecitas lejanas y algo de náuseas, la sensación se parecía a la de la marihuana. Desilu- sionada, me fui al amanecer.
Con el libro de botánica
La ayahuasca es una sustancia a la que se le atribuyen virtudes de agudización de la imaginación y de los poderes telepáticos, y que los curanderos indígenas utilizan para buscar objetos perdidos, en especial, dicen, "cuerpos y almas". En la selva peruana la llaman "madrecita ayahuasca", porque se cree que tiene una sabiduría femenina y una cualidad maternal. En quechua, ayahuasca significa "soga de los muertos", lo que alude a su poder para conectarnos con otra dimensión. Su especie botánica es la Banisteriopsis caapi y se puede encontrar en la franja amazónica: en el Perú, en el Brasil y en Colombia. No es verdad que sea una sola planta; el brebaje conocido como ayahuasca es la mezcla de dos plantas: la liana (ayahuasca) y otra planta medicinal -que puede ser la chacruna o el toé-, que contiene la sustancia llamada dimetiltriptamina (DMT), la misma que produce el sueño nocturno. El curandero corta unas buenas porciones de cada una y las hierve hasta conseguir esa bebida espesa.
Para hablar de ella es preferible utilizar el término de sustancia visionaria o enteógena (término que quiere decir: que genera a Dios dentro de mí), en lugar de describirla como simplemente alucinógena o psicodélica. Su ingestión no altera los sentidos, sino que produce estados de éxtasis al tiempo que una intuición de lo profundo y trascendente. De hecho, en el Brasil existen tres religiones sincréticas que utilizan regularmente ayahuasca en sus liturgias como medio para acceder a lo divino. En las comunidades indígenas de la selva del Perú, los chamanes beben ayahuasca para detectar enfermedades y para curarlas. Aseguran que las causas se les aparecen en las visiones y también la cura. Hace cientos de años y sin haber leído un solo libro de botánica, los nativos conocen las propiedades de las plantas y sus infinitas combinaciones.
También se han probado los efectos de la ayahuasca en tratamientos de adicciones. En el Perú existe una comunidad terapéutica donde se trata la dependencia a la cocaína o el éxtasis, con ayahuasca. También se emplea con resultados asombrosos para combatir miedos, angustias y depresiones agudas; como complemento en terapias de enfermos de cáncer, y últimamente en enfermos de sida, ya que, como se sabe, el sistema inmunológico está estrechamente ligado a las emociones y a la espiritualidad de una persona.
¿Y cómo se explican los fenómenos telepáticos, la comunicación con los antepasados, la sensación de unión con el universo? Jeremy Narby, antropólogo sueco, encontró que la forma de serpiente doble enroscada de la liana coincidía con la del ADN, por lo que lanzó la hipótesis de que la ayahuasca permitía atisbar las partículas de ADN con toda la información genética sobre nuestro origen y, por lo visto, sobre nuestro destino.
Cartas del yagé
Por los días de mi primera toma, leí The Yagé Letters, las cartas que William Burroughs le envía en 1953 a su discípulo, el poeta Allen Ginsberg, desde Panamá, Ecuador, Colombia y el Perú, en las que narra su viaje por la selva amazónica en busca de la ayahuasca, conocida en Colombia como yagé. Burroughs dice ir tras "el colocón final", luego de buscarlo fallidamente en la heroína, la marihuana y la cocaína. En el mismo libro aparece la respuesta del autor de Aullido, escrita siete años después, desde el Perú, dando cuenta de sus propias visiones y terrores con la misma planta y pidiéndole su consejo.
Ginsberg escribe de su visión del "Gran ser": "Me sentí como una serpiente vomitando el universo o un jíbaro con tocado de colmillos que vomitara al comprender el Asesinato del Universo, mi muerte próxima, la muerte próxima de todos. (?) La choza íntegra parecía rayada de presencias espectrales sufriendo transfiguraciones al contacto de una Cosa Única que era nuestro destino y que tarde o temprano habría de matarnos". Ginsberg rompe en llanto recordando a su madre, quien murió lejos, quizá sufriendo, y decide, en un acto revolucionario para su vida, tener hijos.
"Demasiado horrible para mí, todavía, para aceptar el hecho de la comunicación total con digamos todo el mundo, un serafín eterno macho y hembra a la vez, y yo un alma perdida en busca de ayuda", escribía el beatnik. Su experiencia, por lo visto, estaba llena de pavor. Conozco gente a la que la voz de ayahuasca le ha hecho bromas o le ha contado chistes buenísimos, pero en la misma sesión le ha enseñado a sus hijos muertos. Como le dice el chamán a Ginsberg, "cuando más se satura uno con ayahuasca, más hondo se llega: se visita la Luna, se ve a los muertos, a Dios, se ve a los espíritus de los árboles".
Yo también quería llegar hondo. No iba a darme por vencida al primer intento. Según los entendidos, sólo podía lograr eso en la selva. Tomar la planta en la ciudad es sacarla de su contexto ritual, y hacerlo sin la protección y los conocimientos de un chamán es una locura. Un amigo mío, un joven poeta, se quemó vivo. Se encerró en una habitación, se ató a la cama y roció su cuerpo con gasolina; después se prendió fuego. Dicen que en una sesión se le había aparecido el fin de su vida, que entrañaba una misión: la planta le había ordenado que se prendiera fuego un veinte de diciembre, en pleno solsticio de verano, tiempo de cambios y renacimientos. Lo cierto es que mi amigo hace un tiempo que tomaba solo, sin la guía de un curandero. En sus últimos días tenía una rara expresión que a todos nos pareció de felicidad.
Pero, el hombre blanco que se interna en la remota espesura del monte sudamericano en busca de la poderosa planta psicotrópica es ya una idea romántica. Cada vez más, los chamanes se trasladan a las grandes ciudades, ganan en dólares o en euros y llegan en avión con una botella de ayahuasca bajo el brazo a curar enfermedades, casi siempre requeridos por personas adineradas que ya lo han intentado todo. Si Burroughs hubiera sido un beatnik del nuevo milenio, jamás habría movido su trasero del mugroso sofá de su habitación de yonqui.
Viaje a través de la ayahuasca
GABRIELA WIENER
La ayahuasca o "soga de los muertos" es la mítica sustancia psicoactiva perseguida por los beatniks que los indígenas amazónicos consideran una planta sagrada. Según los expertos, logra expandir la conciencia incluso más que los poderosos hongos o el peyote. Éste es el relato de un viaje real a la selva del Perú, y de otro simbólico hacia el misterio de lo existente.
Parecemos fardos funerarios extraídos de sus tumbas. Diez o doce personas sentadas en el suelo de la habitación, en círculo y a oscuras. Ocupando un lugar central está el curandero. Fuma un mapacho -el tabaco típico de la selva del Perú- y echa el humo sobre el borde de una botella repleta de un líquido viscoso. Primero bebe un trago y a continuación nos llama uno por uno. Tengo miedo. Los que han tomado ayahuasca dicen que el sabor es repugnante y los primeros efectos -dolor de estómago, náuseas, mareos, escalofríos-, difíciles de soportar. Todos agradecen a Dios y beben el contenido sin titubear. Soy la última. Me siento con los ojos cerrados, saboreando ese amargor indefinible que me va dejando sin saliva.
Días antes, el curandero me había pedido que hiciera una dieta preparatoria: debía abstenerme de carne de cerdo, grasas, picante, alcohol, otras drogas, pastillas y relaciones sexuales, todo lo cual, me dijo, neutralizaba la acción de la planta. Pero eso no fue lo peor: una noche antes de la sesión, me encontré vomitando junto a un grupo de desconocidos que, igual que yo, se vieron forzados a ingerir un brebaje amazónico y ocho litros de agua para expulsar los residuos que deja el mundo occidental en nuestro organismo. La "purga", como la llaman los curanderos, es el paso previo a la toma de ayahuasca y es casi tan importante en la regeneración del cuerpo y el espíritu como esta última. El brebaje que bebimos no era otra cosa que un extracto de tabaco, flores y otras plantas de efecto vomitivo. De cuando en cuando, y para mi absoluto escándalo, el maestro se acercaba a ver el contenido de nuestros baldes y diagnosticaba toda clase de padecimientos: desde estrés hasta cólicos renales. Al volver a casa, y a pesar de lo, digamos, tortuoso del asunto, uno se siente efectivamente limpio, como si de pronto se nos hubiera liberado de un gran peso cuya misma existencia desconocíamos.
Llegué temprano a una dirección en el distrito de La Molina. ¿Cómo era posible que en este barrio de clase alta, rodeado de muros y tranqueras, fuera a oficiarse un ritual para convocar las fuerzas invisibles de la naturaleza? Tenía que ser una estafa. Para terminar de destrozar mi idílica idea de chamán auténtico, mágico y desinteresado, he pagado el equivalente a unos 20 euros por algo que, según todos los testimonios, no tiene precio.
Pero estoy aquí y no hay marcha atrás. Sólo tengo una ligera molestia en el estómago y unas enormes ganas de irme de aquí en lugar de seguir participando de esta farsa. No veo nada todavía. El dolor de estómago aumenta. Algunos comienzan a vomitar. Dicen que tras el vómito surgen las visiones. Yo no veía nada todavía.
Primeras noticias
Había oído hablar de la ayahuasca en la universidad, siempre bajo un halo de misterio. Antes de probarla me tomaba en broma todo aquello. Una de mis mejores amigas de esa época bebía desde niña. Su madre es antropóloga y un curandero iba cada cierto tiempo a oficiar una sesión en su propia sala. Mi amiga solía llegar a, por ejemplo, nuestra clase sobre filosofía kantiana y contarme que la noche anterior se había convertido en leopardo, había volado sobre la Europa medieval o descubierto que hablaba chino mandarín. Yo solía pedirle que me invitase a participar como si le estuviera pidiendo algo tan simple como un porro. No puedo olvidar su frase: "Creo que todavía no estás preparada", como si se tratara de algo trascendente. Según ella, tomarla podía cambiarte la vida dramáticamente. No era una droga para escapistas sino para valientes. Al parecer no se tomaba sólo para ver serpientes y destellos de colores.
Luego supe que mucha gente la utilizaba para explorar su interioridad, para detectar a través de las visiones sus traumas y problemas, a manera de un psicoterapeuta vegetal. Al parecer, la ayahuasca provocaba un estado de expansión tal de la conciencia equivalente al autoanálisis. Era una forma de curar la mente y el alma, si es que es verdad que tienen cura. También hay personas que comenzaron a creer en Dios a partir de su experiencia con la planta. Una mujer me dijo que si la religión le había hablado de Dios, la ayahuasca se lo había presentado en persona. Un hombre aseguró tomar para arreglar asuntos pendientes con el alma de sus familiares muertos. Algunos vieron a remotos y desconocidos antepasados. Según varios testimonios, bebiéndola se pueden recorrer largas distancias y épocas diversas, cruzar el universo, el personal y el cósmico. Hay a quienes la ayahuasca les ha revelado su misión en este mundo y la cara de sus hijos antes de nacer, los que han descubierto que podían hablar en otro idioma, resolver fórmulas trigonométricas o cantar bien.
Todos tenían en común una revelación, todos habían escuchado una voz que respondía sus preguntas. ¿Qué revelaciones me esperaban a mí? ¿Había llegado el momento? ¿Estaba preparada? Al menos tenía muchas ganas de preguntarle un par de cosas a la ayahuasca. Por eso fui hasta la casa de La Molina. Pero en esa ocasión, la planta y yo no conectaríamos. A excepción de unas lucecitas lejanas y algo de náuseas, la sensación se parecía a la de la marihuana. Desilu- sionada, me fui al amanecer.
Con el libro de botánica
La ayahuasca es una sustancia a la que se le atribuyen virtudes de agudización de la imaginación y de los poderes telepáticos, y que los curanderos indígenas utilizan para buscar objetos perdidos, en especial, dicen, "cuerpos y almas". En la selva peruana la llaman "madrecita ayahuasca", porque se cree que tiene una sabiduría femenina y una cualidad maternal. En quechua, ayahuasca significa "soga de los muertos", lo que alude a su poder para conectarnos con otra dimensión. Su especie botánica es la Banisteriopsis caapi y se puede encontrar en la franja amazónica: en el Perú, en el Brasil y en Colombia. No es verdad que sea una sola planta; el brebaje conocido como ayahuasca es la mezcla de dos plantas: la liana (ayahuasca) y otra planta medicinal -que puede ser la chacruna o el toé-, que contiene la sustancia llamada dimetiltriptamina (DMT), la misma que produce el sueño nocturno. El curandero corta unas buenas porciones de cada una y las hierve hasta conseguir esa bebida espesa.
Para hablar de ella es preferible utilizar el término de sustancia visionaria o enteógena (término que quiere decir: que genera a Dios dentro de mí), en lugar de describirla como simplemente alucinógena o psicodélica. Su ingestión no altera los sentidos, sino que produce estados de éxtasis al tiempo que una intuición de lo profundo y trascendente. De hecho, en el Brasil existen tres religiones sincréticas que utilizan regularmente ayahuasca en sus liturgias como medio para acceder a lo divino. En las comunidades indígenas de la selva del Perú, los chamanes beben ayahuasca para detectar enfermedades y para curarlas. Aseguran que las causas se les aparecen en las visiones y también la cura. Hace cientos de años y sin haber leído un solo libro de botánica, los nativos conocen las propiedades de las plantas y sus infinitas combinaciones.
También se han probado los efectos de la ayahuasca en tratamientos de adicciones. En el Perú existe una comunidad terapéutica donde se trata la dependencia a la cocaína o el éxtasis, con ayahuasca. También se emplea con resultados asombrosos para combatir miedos, angustias y depresiones agudas; como complemento en terapias de enfermos de cáncer, y últimamente en enfermos de sida, ya que, como se sabe, el sistema inmunológico está estrechamente ligado a las emociones y a la espiritualidad de una persona.
¿Y cómo se explican los fenómenos telepáticos, la comunicación con los antepasados, la sensación de unión con el universo? Jeremy Narby, antropólogo sueco, encontró que la forma de serpiente doble enroscada de la liana coincidía con la del ADN, por lo que lanzó la hipótesis de que la ayahuasca permitía atisbar las partículas de ADN con toda la información genética sobre nuestro origen y, por lo visto, sobre nuestro destino.
Cartas del yagé
Por los días de mi primera toma, leí The Yagé Letters, las cartas que William Burroughs le envía en 1953 a su discípulo, el poeta Allen Ginsberg, desde Panamá, Ecuador, Colombia y el Perú, en las que narra su viaje por la selva amazónica en busca de la ayahuasca, conocida en Colombia como yagé. Burroughs dice ir tras "el colocón final", luego de buscarlo fallidamente en la heroína, la marihuana y la cocaína. En el mismo libro aparece la respuesta del autor de Aullido, escrita siete años después, desde el Perú, dando cuenta de sus propias visiones y terrores con la misma planta y pidiéndole su consejo.
Ginsberg escribe de su visión del "Gran ser": "Me sentí como una serpiente vomitando el universo o un jíbaro con tocado de colmillos que vomitara al comprender el Asesinato del Universo, mi muerte próxima, la muerte próxima de todos. (?) La choza íntegra parecía rayada de presencias espectrales sufriendo transfiguraciones al contacto de una Cosa Única que era nuestro destino y que tarde o temprano habría de matarnos". Ginsberg rompe en llanto recordando a su madre, quien murió lejos, quizá sufriendo, y decide, en un acto revolucionario para su vida, tener hijos.
"Demasiado horrible para mí, todavía, para aceptar el hecho de la comunicación total con digamos todo el mundo, un serafín eterno macho y hembra a la vez, y yo un alma perdida en busca de ayuda", escribía el beatnik. Su experiencia, por lo visto, estaba llena de pavor. Conozco gente a la que la voz de ayahuasca le ha hecho bromas o le ha contado chistes buenísimos, pero en la misma sesión le ha enseñado a sus hijos muertos. Como le dice el chamán a Ginsberg, "cuando más se satura uno con ayahuasca, más hondo se llega: se visita la Luna, se ve a los muertos, a Dios, se ve a los espíritus de los árboles".
Yo también quería llegar hondo. No iba a darme por vencida al primer intento. Según los entendidos, sólo podía lograr eso en la selva. Tomar la planta en la ciudad es sacarla de su contexto ritual, y hacerlo sin la protección y los conocimientos de un chamán es una locura. Un amigo mío, un joven poeta, se quemó vivo. Se encerró en una habitación, se ató a la cama y roció su cuerpo con gasolina; después se prendió fuego. Dicen que en una sesión se le había aparecido el fin de su vida, que entrañaba una misión: la planta le había ordenado que se prendiera fuego un veinte de diciembre, en pleno solsticio de verano, tiempo de cambios y renacimientos. Lo cierto es que mi amigo hace un tiempo que tomaba solo, sin la guía de un curandero. En sus últimos días tenía una rara expresión que a todos nos pareció de felicidad.
Pero, el hombre blanco que se interna en la remota espesura del monte sudamericano en busca de la poderosa planta psicotrópica es ya una idea romántica. Cada vez más, los chamanes se trasladan a las grandes ciudades, ganan en dólares o en euros y llegan en avión con una botella de ayahuasca bajo el brazo a curar enfermedades, casi siempre requeridos por personas adineradas que ya lo han intentado todo. Si Burroughs hubiera sido un beatnik del nuevo milenio, jamás habría movido su trasero del mugroso sofá de su habitación de yonqui.
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